
El Blog de Sarai Llamas: El cuerpo de las madres
Quiero compartir con vosotros este post de la maravillosa Sarai Llamas, seguro que os encanta. Lo transcribo literalmente, podéis ver el original aquí.
El cuerpo de las madres
Todo comienza cuando te quedas
embarazada. Tu cuerpo ya no es sólo tuyo. No puedes comer todo lo que quieres y
no puedes curar tus pequeños o grandes males como harías si esa pequeña
personilla no fuese dentro de ti, minúsculo e importantísimo.
Después comienzan las visitas
médicas y la denominada privacy deja
de existir, incluso en tu manera de pensar. Eso que creías que era íntimamente
tuyo deja de serlo, ¿o queremos hablar de la discreción y la intimidad, por
ejemplo, de una ecografía vaginal?
secretaria de tu ginecólogo mientras esperas tu turno. “Oh, vaya, resulta que me hago pis cada cinco minutos y ahora no me
sale ni una gota, ¿me da unos minutos? ¿Podría beber un vaso de agua?”. No
tienes reparos en contar de todo a todos.
Y después llega el momento más
(des)esperado y vas al hospital (a no ser que tengas la fortuna de dar a luz en
un sitio bastante más tranquilo). Allí te visitan quinientas veinticinco personas
diferentes y la cara más o menos simpática de la comadrona no es nunca la
misma, porque, como es justo, cada una tiene sus horarios y sus turnos. Y todos
traen consigo al eterno aprendiz, por lo que “mira aquí”, “ves esto”, “aquí sería mejor hacer esto”, se
convierten en las palabras claves de tu parto… ¡Adelante, adelante, no se
corten, pasen y vean, no hay problema, que todo el mundo tiene derecho a
aprender! Incluso ese/esa que te hace un daño horroroso porque todavía no tiene
demasiada experiencia, o la chica que al ser su primer día está incluso más
nerviosa que tú, y si no fuese por los dolores de las contracciones, el miedo,
la angustia y la ansiedad, querrías sentarte con ella, abrazarla y
tranquilizarla. Y, de hecho, rompes a llorar delante de ella, sin sentir una
pizca de vergüenza. Sí, te pones a llorar a lágrima viva delante de una a la
que hace unos años le hubieses podido ayudar con los deberes de clase.
la casa en topless, con el pelo sucio y el pantalón del pijama.
Te das cuenta de que tu cuerpo es
suyo y además, es como el suyo. Tú, como él, hueles a leche, a vómito y, sí,
para que negarlo, también a caca. Mientras lo miras a los ojos de un color
todavía indefinido y con una profundidad jamás experimentada, sientes que su
piel es tu piel, porque lo has hecho tú, porque está siempre pegado a ti,
porque tenéis el mismo olor.
Cuando lo cambias el pañal a
veces sientes una alegre cascada de pipí que te resbala por la frente
empapándote de arriba abajo y tú ni siquiera te inmutas. Lo observas
atentamente mientras lo bañas y disfrutas de sus formas y de lo bien hecho que
está, proporcionado y bello, con dos hermosas piernecitas como las tuyas,
cuando aún eran hermosas y te podías depilar al menos una vez a la semana.
Comienza a crecer y a caminar, te
usa como soporte. Tú eres su columna, estás siempre ahí, eres suya y así ha de
ser. Y mientras te adaptas a la idea de que tu cuerpo nunca volverá a ser como
antes, él te pisa los pies porque quiere que lo cojas en brazos o te agarra de
una de las mangas de tu camisa para usarla como pañuelo.
Cuando está enfermo tú eres su
lecho, su almohada, su resguardo, su bálsamo, su alivio… Llevas contigo el olor
a acetona (y a veces incluso el de vómito), cuando milagrosamente puedes
alejarte unos minutos para ir corriendo a la farmacia.
Alguna que otra vez tratas de
ocultar esas feas manchas marrones, ahora ya indelebles, con un poco de
maquillaje. Y llega él, todo contento y te dice “¡Mamá, yo!” mientras te reboza la esponja por todos los sitios,
pelo incluido y te suelta “Ves mamá, ¡ahora
si que estás guapa!”. Porque para él tú eres LA MÁS GUAPA, incluso cuando
te acabas de levantar. La mamá más hermosa del mundo: con su precioso pelo, no
tan fuerte y vigoroso como cuando eras más joven, pero que ahora al menos sirve
para jugar y tirar de él. Te peina, te llena la cabeza de horquillas, pinzas y
pegatinas de colores, te fabrica curiosos collares y pulseras de materiales
indefinidos, trata incluso de limarte las uñas (intentad por vuestra
incolumidad física que no os sorprendan nunca realizando esta ya de por sí “extraña”
actividad porque se apropian del artilugio y te hacen un daño terrible
intentando hacerte la manicure). Y
sabes que esto no durará por mucho tiempo, que un día te mirará con sus ojos de
preadolescente impaciente, porque él crece deprisa y tú tardas en darte cuenta.
Incluso tu cerebro ya no es el
mismo de antes. Tardas media hora en escribir una dirección de correo
electrónico (del correo ordinario mejor no hablamos): los guiones, las arrobas,
los puntocom, puntonet, puntoorg, puntoes los confundes y continuamente los
pones en el sitio equivocado. Eso sí, las canciones que escuchabas y cantabas
hace veinticinco o treinta años atrás te vuelven a la memoria con una nitidez increíble
y tu faceta creativa de repente comienza a trabajar: eres capaz de improvisar
historias inverosímiles y rimas absurdas, por no hablar de esa secuencia de
palabras inventadas que le hacen reír con esas carcajadas maravillosas… Lees los
cuentos en voz alta, alternando los silencios y cambiando el ritmo, modulando
las distintas voces de los personajes, como si recientemente hubieses hecho un
curso de interpretación.
Lo has contenido mientras crecía
dentro de ti. Ahora contienes sus caprichos, sus miedos, sus historias, sus
canciones inventadas que obviamente tienes que recordar… Contienes sus rabietas
para que no se haga daño. (La pediatra te
dice: no se preocupe, es una fase que todos los niños atraviesas, es esencial
para la construcción de su personalidad. –Sí, lo sé, él se está construyendo su
identidad, pero yo me estoy haciendo polvo la espalda). Lidias con sus
dudas y con su curiosidad, encuentras explicaciones a sus millones de porqués
diarios incluso cuando ni siquiera tú te los sabes explicar.
Tal vez por esto, porque tienes
que contener todas estas cosas, es la razón por la que tu cuerpo se ha hecho más
grande y más fuerte, aunque si está repleto de pequeños achaques. Los
abdominales (o esos que alguna vez quisimos tener) han desaparecido totalmente
para dejar espacio a un vientre de matrona. Eso sí, al menos tienes unos brazos
musculosos y fuertes, y sin necesidad de hacer infinitas series de pesas en el
gimnasio.
Y en los períodos de pesadillas y
de miedos, mil veces al día busca tus manos y tus caricias. Para dormir
necesita tu compañía y tú te conviertes en su refugio seguro. Y si en mitad de
la noche se despierta llorando y asustado tú estás a su lado, porque sabes que
es a ti a quien busca, tu olor, tu cuerpo, el cuerpo que él ha hecho más amplio
y más suave. Sabes que es lo que le da seguridad y le ayuda: lo acaricias su
barriguita y dándole la mano esperas a que se tranquilice. Y por muy cansada
que estés, por mucho sueño que tengas, quisieras que ese momento durase
eternamente.
Feliz Domingo!
Ohhh no lo había leído en el blog de Saray gracias por ponerlo, quizás se me habría pasado y es precioso, aquí ando con un nudo en la gargarta ainsss qué cierto y bonito! Todo eso y más! Besazos
Ay, los dos últimos párrafos me han llegado muy dentro.. será porque los tengo tan sumamente cercanos ♥. Gracias por compartir!!!.
MUACKS!!!.
Siempre que lo leo me emociono. Precioso. Gracias por recordárnoslo.
Un besote.
Impresionante, me encantaaa, que cierto es todo…a mi también me quedó el nudo en la garganta…uffff
No lo había leído.
Gracias por compartirlo guapa.
Un besazo
Sarai genial como siempre!
Besazos
Te saca una y mil sonrisas…hay párrafos que son literales en mi día a día 😉 Gracias por compartir :*
Yo tan sensible con el embarazo y lo leo en la oficina y no puedo evitar que se me salga la lagrima, está divino, siento que lo que viene será maravilloso, gracias por postearlo. DIANA de México