El niño normal

24 abril, 2012 2 Por Marilo

Había visto ya este artículo en otros blogs y me había encantado, ese niño normal que parece ser siempre el hijo de otros pero nunca el tuyo. Lo volví a ver en el blog De Monitos y Risas y me lo traigo aquí íntegramente. Podéis leer el original aquí:

Este estupendo artículo me lo traigo desde el blog  Bebé ECOnómico,
que, como nosotros, defiende que los niños de verdad no necesitan casi
nada caro (materialmente hablando) y sí mucho cariño. El artículo
original lo podéis ver aquí. Las negritas son nuestras ;-).

El niño normal

Pesa 3,800 Kg. al nacer. Duerme siempre plácidamente, despertándose
únicamente seis veces al día para tomar el pecho. Toma cinco minutos del
derecho y cinco minutos del izquierdo, engordando exactamente 10 gramos
el primer día, 20 el segundo día y así sucesivamente, hasta llegar a
tomar exactamente 180 gramos de leche en cada una de sus comidas.
Sorbe vorazmente y sin interrupción e inmediatamente hace un pequeño
eructo, durmiéndose felizmente a continuación. Nunca está ni enfermo, ni
nervioso, ni es caprichoso y no ha tenido ni siquiera
un granito. Crece exactamente 200 gramos por semana, cada semana,
durante el primer año de vida. Pasa sin esfuerzo del pecho, al chupete,
al biberón de manzanilla, según la voluntad de sus padres y del pediatra.
Hace regularmente (pero no demasiada) caca y pis en el pañal, nunca por la noche.
Duerme seis horas seguidas por la noche desde que nació.
Ríe cuando se le coge en brazos, pero no protesta ni llora cuando se le deja solo en su habitación. Se duerme solo en su cuna, sin llorar o revolverse, abrazando tiernamente a su osito de peluche (u otro “objeto transicional”, el cual habrá sido recomendado por el experto de turno).
En el coche, se deja abrochar alegremente a su sillita sin retorcerse y sin protestar, quedándose dormido casi de inmediato.
Al llegar el cuarto mes de forma espontánea reduce el número de tomas
a cinco comidas al día. A los cinco meses pasa, sin ningún problema,
del pecho a la papilla hecha con caldo de verduras y, luego, a la
papilla a base de cereales abriendo la boca como un pajarito sentado tranquilamente en su trona. A los 7 meses se ha destetado completamente y está listo para ir a la guardería, en la cual se integrará sin sufrir ningún tipo de crisis.

¿Lo reconocen? Esta es la descripción del Niño Normal. Ese oscuro objeto del deseo
con el cual cada madre y cada padre, conscientemente o no, comparan a
su hijo, sin jamás encontrar equivalencia. Es el niño de los verbos
condicionales: «debería ser así…». Un OGM (Organismo Genéticamente Modificado), el hijo de la Publicidad y de las estadísticas.
¿Alguna vez te has encontrado con él? Lo dudo, porque existe sólo en el imaginario colectivo. El Niño Normal es siempre el hijo de otros,
jamás el propio. Los niños reales, comparándolo con él, salen
forzosamente perdiendo. Siempre tienen unos gramos de más o algunos
gramos de menos, quieren mamar mucho más y mucho más tiempo de lo que
está establecido por los “expertos”, quieren estar despiertos para que
los mimemos y juguemos con ellos en lugar de estar
tranquilos en su cochecito mirando al techo, lloran en un modo
totalmente incomprensible a pesar de haberlos sometido a todos los
tratamientos que recomiendan las mejores revistas del mercado. No
quieren dormirse solos en su cuna, ni esperar plácidamente a que el
sueño retorne si se despiertan durante la noche. Escupen sin pudor las
carísimas papillas con todo tipo de vitaminas y minerales,  hacen la
caca en el momento menos adecuado o se abstienen durante varios días sin
dar ninguna explicación. Y, sobre todo, pretenden estar día y noche con su mamá, la cual no deja de preguntarse que cosa ha hecho mal para que su hijo no sea un Niño Normal.
Sí, porque detrás de cada niño “equivocado”(es decir, todos los niños
reales) existe una madre igualmente “equivocada”. Así como el niño
tiene que vérselas con el Niño Normal, cada madre tiene que hacer frente
a la Madre Perfecta: esa que siempre tiene sus pechos repletos de leche, pero que, al mismo tiempo, pasadas un par de semanas del parto, luce un look de
eterna adolescente, haciéndose cargo del bebé tan fácilmente como si
bebiera un vaso de agua, y se “organiza” sin olvidar a su marido, la vida social y la vida laboral.
El cuerpo de la madre después del parto, este organismo misterioso,
con sus hormonas completamente trastornadas, las pérdidas, la leche que
gotea, los senos que cambian constante de volumen, los cambios de humor,
el sueño interrumpido… es una imagen completamente diferente a la que
nos enseña, una vez más, la publicidad o los libros y revistas para las
madres. Ninguna madre nos podemos comparar con esa Madre
Perfecta, al igual que no podemos equiparar a nuestros hijos con el
modelo propuesto por los mass media.

Sin embargo, los millones de niños que nacen en todo el mundo, que
viven y que crecen como seres auténticos, con sus infinitas necesidades,
tan únicos, tan diferentes entre sí, son una bendición para sus padres. ¿Por qué entonces desear un Niño normal, un ser totalmente abstracto, cuando un niño real y genuino está frente a nosotros?
Si existiese de verdad el Niño Normal, si de la noche a la mañana
apareciera en nuestra casa, estoy segura de que su presencia sería
inquietante.
Abracemos fuerte a nuestro hijo, que puede que no encaje con las
definiciones, las normas, las tablas, los esquemas, los juicios de los
“expertos”… Dejemos que sea él a enseñarnos lo que efectivamente
necesita, que es aquello que le hace sentirse bien… y esperemos que siga
creciendo “equivocadamente”, y que conserve, pasando los años, eso que de único, nuevo y diferente tiene que enseñar al mundo.